Las tentaciones del señor Smith
Julio Smith Daló había sido, un momento dado, un escalador de renombre. Uno de aquéllos jefes que escalaba unos pasos más allá de la fama que acumulaba. Y eso era mucho, teniendo en cuenta que por aquel entonces, hace ahora ya unos años, la cultureta de las revistillas y las fotos de colorines en la Harlin eran impensables e inimaginables.
Por aquel entonces, Julio se había currado ese renombre, esa aura de escalador sobrehumano, sin querer, escalando de forma maravillosa rutas que nadie antes había tan siquiera osado imaginar y que, si las habían imaginado, era solo con un estilo poco elgante, a base de expansivos, que luego Julio se había encargado de superar ampliamente con hechos y con muy pocas palabras.
Aquel extraño eremita de la vertical, tipo raro donde los haya, superaba por gigantescos espolones, desplomes mágicos o placas terroríficas cuanto se le ponía enfrente. Como él, había cuatro, quizá cinco escaladores. Se sabían por encima de la media, luego sus críticas eran siempre suaves y respetuosas. Eso sí, sin dejar de ser críticas.
Una de las cosas que a Julio le costaba más aceptar eran lo que él a menudo llamaba “escaladores sin nervio”. Gentes que con tal de subir por una linea de prestigio eran capaces de añadirle a la escalada algun expansivo de más, si así conseguían llegar a la cima.
Julio detestaba meter el espitador en la mochila “por si acaso”. Si no lo tienes a mano –les decía a los cursillistas a los que daba clase de vez en cuando– seguro que no caerás en la tentación de usarlo y buscarás otros medios para seguir subiendo o bajarte de la tapia.
Los años pasaron. Se desplomaron aquellos dos increibles diedros y la Casas Chani apenas se repite.
Julio no pudo dejarlo ni una sola semana de su vida. Acudiendo a la vertical para unos de forma enfermiza, para otros escuchando la llamada del precario vacio. La llamada de la escalada puede dejarse de escuchar. Sin embargo se continua oyendo de por vida.
Pero Julio había cambiado con los años. Ara ya no se escala como antes –predicaba en aquel ponzoñoso bareto de Monistrol, recuerdo de otras épocas y pasto del tunning mental hoy por hoy en boga.
Se lo espetaba a los que encontraba, fueran o no conocidos, fueran jovenes o viejos. Julio había cambiado para bién y suerte del colectivo. Ya nadie escalaría acariciando a la parca de reojo como él. La gente había cambiado también. Ahora le necesitaban. Cualquiera podía matarse un día cualquiera.
Julio Smith Daló tuvo tentaciones y se sintió con derecho a urgar en el patrimonio del colectivo y nadie se atrevió con él. Era un guardián. Era el guardián y criticarle era no entender la justa evolución de las cosas. Un día se levantó y metió un taladro nuevo en la mochila. Había que arreglar un diedro de fisuras perfectas y unas placas de tercero difíciles de proteger. Llegó, vió y venció. Lástima que esta vez fuera empuñando un taladro.
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4 garlantes:
salut
ES LEY DE VIDA.
Los buenos son buenos EN TODO, el resto somos mierdecillas que creemos en lo que mejor nos funciona...
Un gruñón muy lejos de acabar sus días i amb molta corda a la matraca ;)
salut i sorrys
en esto sí que tenia razón Alsina...la deportiva ha dado paso al fenómeno curioso que en vez de incrementar el nivel ( permite escalar más dificultad), ha rebajado el nivel medioo de los escaladores...ahora hasta las vias de III/IV tienen las chapas a metro...
y hasta personajes como el carioca ( maxima: aqui o escalamos todos o no ecala nadie) estan legitimados...
Con franco se esto no pasaba, sin duda!
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