Do the moster, baby
by Bullarolas
Southington, Connecticut, EUA
Algunos trepas del pueblo piden permiso al ayuntamiento para equipar con paraboles una bonita fisura en un bonito cliff de la zona. Lo hacen y disfrutan como locos sin tener que cagar friends y otros chismes para asegurar el tiro. Pasan los meses, los días, las horas y hasta los minutos. Cordadas a raudales, una detrás de otra. Pim, pam, pum. Hasta la dichosa fisura está contenta. Le dolió todo aquel drilling, pero es el precio que había que pagar para que más que algunos se fijaran en ella y en sus movimientos obligados.
Pasa el tiempo hasta una fría y ventosa noche del mes de octubre. Por las calles de ese pueblucho llamado Southington, de cuyo nombre no querrían acordarse sus habitantes, mas se acuerdan, se paean los niños y no tan niños. Van disfrazados de monstruos, fantasmas, zombies y brujas. Todos sedientos de soda y zumo de cereza, a la caza de mashmellows de todos los sabores, formas y colores.
Pero en la penumbra se arrastra el verdadero monstruo. “Ken the chopper”, Ken el loco, Ken the Monster. En sus manos el arma del crimen. Un martillo que chispea cuando les arrea mazazos a cada uno de los paraboles que acribillan la dichosa fisura taladreada con permiso del ayuntamiento. Es lo único que ve y lo único que siente. El placer y la adrenalina a borbotones. Chispas blancas en la noche negra.
Para Ken the chopper no es la primera vez. Punta de lanza de uno de los dos bandos enfrentados en la saga de las bolt wars, sonríe.
Es un tipo afable -puedes comprobarlo tu mismo-, amigo de sus amigos y probablemente también de los tuyos. No obstante, tiene una obsesión: choppear las chapas de tantas fisuras como pueda o como le dejen. Y digo esto porqué hace apenas dos años, en una soleada mañana de una primavera con restraso en pleno mes de junio, Ken "the monster" agachaba la cabeza frente al juez John Smith, en el pequeño juzgado del condado de Orange, Massachusetts. Barras y estrellas de seda y en la punta del hasta, un águila de latón bañada en plata. Ken se había pasado cerca de veinte minutos tratando de convencer a aquel anciano con cara de tierno grangero yanqui, tirantes y pantalón hasta media barriga. Aquel tipo no olgazaneaba en la lujuria desde hacia años. Tampoco parecía necesitarlo. Era libre, con su pantalón pegado al esternón, muy por encima del ombligo. Ken lo había intentado de todas las formas que se le ocurrieron. Sin embargo, aquel grangero cuaquero se mostró como lo que era: un juez de pueblo acostumbrado a los pequeños disturbios de la saturday night fever de turno que aplica los articulos con el automatismo propio de un robotín en una peli de ciencia ficción. Sin contemplaciones, sin piedad y sin odio alguno. Dos delitos de vandalismo y violación de una propiedad privada para ese loco que alegaba estar protegiendo la roca. Cerca de 300 dólares de multa, dos años de libertad condicional y la prohibición, de por vida, de volver a cortar chapas. Y todo, eso debió lamentar a regañadientes Ken, gracias a los esfuerzos de la Western Mass Climbers' Coalition, una organización de climbers un poco cabreados con “the chopper” y casi exclusivamente creada para dar caza a tan infame personaje. Hasta tienen una web para centralizar cualquier información acerca del paradero de “the monster”. Y por lo que cuentan, se salta las restricciones impuestas en Orange a la torera. Imaginémosle, pués, capote en el suelo, brillantina tutti plén y cerveza en mano. Supongamos, pués, que Ken todavía se ríe.
1 garlantes:
Estos yankees no se aclaran.
Aunque aquí tampoco andamos muy finos últimamente...
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